miércoles, 4 de abril de 2012

La incomunicación en la era de las comunicaciones.


Hoy en día tenemos la posibilidad de comunicarnos con cualquier persona, en cualquier parte del mundo. Redes sociales, chats, teléfonos, mails y muchos medios más para no sentirnos solos y poder compartir experiencias con desconocidos y con quienes tal vez nunca conoceremos. La transferencia de información a veces demasiado personal, se ha vuelto muy común, con tal de tener alguien con quien compartir experiencias, algunos son capaces de dar cualquier cosa. El problema está en cuando nos centramos demasiado en esas amistades por Internet y dejamos de lado a nuestra familia o amigos más cercanos. El hecho de tener un amigo que no conoces y con el que no tienes ningún pudor para conversar sobre lo que sea, suena muy atrayente, pero escapa de la realidad. Puede sumergirnos en un mundo imaginario que nos aísla de lo real y de las personas de las que de verdad debemos preocuparnos.
Muchas veces, aún estando en grupo con los amigos, la comunicación es casi inexistente, cada uno puede estar preocupado por sus tareas, cada uno envuelto en su propio mundo. A veces nos sentimos demasiado solos a pesar de estar rodeados de gente.  Y es que tal vez se puede estar solo y acompañado al mismo tiempo. Puede ser que tengamos una gran cantidad de amistades, pero con menos de la mitad de ellos se mantiene una comunicación constante y un compartir todo lo que les pasa.
En los hogares también la comunicación ya no es la misma, no es sentarse todos juntos a la mesa y conversar sobre cómo estuvo el día. Cada cuál llega a la hora que puede y come en cualquier parte de la casa, con mucha suerte podrán comer todos juntos una o dos veces a la semana. Los fines de semana se podría tratar de compartir más, pero suele pasar que algún miembro de la familia ya tenía planes con sus amigos o asuntos por el estilo.
Se supondría que esta debía ser la era de las comunicaciones, donde estamos informados de todo lo que pasa en los países vecinos y de todo el mundo, que podríamos comunicarnos con amigos y familiares a kilómetros de distancia y saber de ellos, pero pareciera que nos preocupamos más de las  tareas del día que de saber de los otros, conversar o reflexionar sobre el momento que están pasando en sus vidas.
Hoy la familia puede estar reunida frente al televisor, enajenada en el programa, y sin más palabras que un “cámbiala” o unas cuantas risas. La comunicación se ha convertido en un acto secundario en los hogares, los chicos prefieren estar en sus habitaciones en el computador o escuchando música, mientras que los padres trabajan o se pueden pasar el día viendo la televisión.
Las consecuencias de la incomunicación son el aburrimiento y la desidia. Paradójicamente ahora que vivimos en el mundo de las comunicaciones es cuando más incomunicados estamos.
A pesar de estar conectados a todos los países del planeta, a pesar de la oportunidad de contactarnos con cualquier persona del otro extremo del mundo, estamos perdiendo la comunicación con nuestros pares más cercanos, con nuestros amigos y familiares, con las personas que queremos y con las que convivimos a diario. El sentido de compartir experiencias e inquietudes ya no está tan presente como debería. Tal vez deberíamos considerar si estamos haciendo algo indebido o si deberíamos recapacitar en el sentido de no perder algo que es tan primordial en los seres humanos como lo es el sociabilizar con el otro.

 

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